La Quinta Revolución ¿Por qué necesitamos una Economía Circular?
1. Introducción:
Vivimos en un mundo tremendamente cambiante, globalizado e interconectado en el que las consecuencias de un problema (de cualquier índole) originado en una parte del Planeta, pueden percibirse en la otra punta del Planeta. Así pues, en el caso que nos ocupa, por ejemplo, las emisiones de gases de efecto invernadero por parte de un país europeo cualquiera, contribuyen a la subida de las temperaturas de tal manera que en un país africano cualquiera se pueda originar una sequía que amenace los cultivos, el abastecimiento de agua y, por tanto, la supervivencia de sus habitantes, viéndose estos obligados a migrar hacia otro territorio, para poder subsistir. En este nuevo mundo en el que nos encontramos, es casi imposible desarrollar una actividad en una parte del Globo sin que las consecuencias de esa actividad tengan un reflejo en otra parte, de ahí que, actualmente, podemos afirmar, sin lugar a dudas, que nos encontramos viviendo en un mundo cada vez más global y menos local. Así las cosas, si los problemas a los que debemos hacer frente tienen el carácter global, ¿no deberían tenerlo también las soluciones? Rotundamente sí. Es aquí donde la economía circular entra en juego, al ofrecernos respuestas globales para problemas globales.
Ahora bien, para poder ofrecer esas soluciones globales, en primer lugar, deberíamos saber cuáles son esos problemas globales y, sobre todo, de dónde surgen estos, pues únicamente conociendo y atacando el origen del problema, se puede solucionar, algo que, hasta ahora, si bien no ignorábamos, hemos estado obviando.
Cuando comencé a investigar sobre estos problemas para escribir mi libro "Economía circular. Un nuevo modelo de producción y consumo sostenible" (que uso como referencia para escribir en el artículo, entre otras fuentes), me quedé impactado al descubrir las dimensiones a las que habían llegado esos problemas y, sobre todo, por las dimensiones a las que las previsiones nos indican que podemos llegar de seguir así. Ciertamente, ya sabía de la existencia de todos esos problemas, -de hecho, creo que todos somos conscientes de ellos-, pero al ver los datos, la evolución de esos problemas a lo largo del tiempo y las previsiones a futuro si no se les pone freno, así como al descubrir cómo otra serie de factores, a priori externos, entran en juego y se combinan con los riesgos ya existentes, mi percepción de la realidad cambió radicalmente y me percaté de que se necesita urgentemente un cambio de rumbo. Ese cambio de rumbo solo puede venir, según mis impresiones, cambiando nuestra forma de vida y, por tanto, al ser nuestras actividades económicas la piedra angular sobre la que se sostiene toda nuestra actual forma de vida, lo que hay que cambiar es el modo en el que producimos, distribuimos, consumimos y gestionamos los productos y servicios que satisfacen nuestras necesidades. En definitiva, este cambio solo puede producirse cambiando nuestro modelo económico.
Aunque fue a partir de finales del siglo XX cuando comenzaron a tomarse más en serio a las voces en contra de este modelo económico lineal, por los problemas que estaba generando, lo cierto es que las primeras voces en su contra comenzaron a alzarse casi de manera coetánea al propio surgimiento del modelo lineal, pues algunos pensadores e intelectuales ya veían cómo las consecuencias que, a largo plazo, se derivasen de su rápido desarrollo, supondrían una seria amenaza para la supervivencia de las generaciones futuras. En este punto, entonces, cabe preguntarnos, ¿cuáles son estos problemas y cuándo surgen estos?, como ya se puede inducir, tanto su origen como su explicación van cogidos de la mano, por lo que no se pueden entender de manera separada y, para explicarlos, debemos remontarnos al mismo momento en el que comenzamos a desarrollar un modelo económico lineal.
2. Un poco de historia. De dónde venimos:
Desde el origen de las civilizaciones hasta finales del S.XVIII, el progreso tecnológico de la Humanidad había permanecido prácticamente estancado, sin que se hubiese producido, al margen de algunos avances, ningún cambio en la manera en la que los seres humanos desarrollábamos nuestras actividades productivas, o, no al menos, ninguno que pudiera suponer un cambio significativo que alterase sustancialmente nuestra forma de vida, que había estado ligada, hasta entonces, a la agricultura, principalmente, a una agricultura de autoconsumo y subsistencia.
Sin embargo, en la segunda mitad del S.XVIII todo cambió. Sucedió en Gran Bretaña, donde un cambio político, materializado en el establecimiento de una monarquía liberal, en contraposición a los regímenes autoritarios de Europa y de, en general, el resto del mundo, así como la ausencia de conflictos armados en su territorio, a diferencia del resto de países y territorios del Viejo Continente, que llevaban tres siglos inmersos en guerras y enfrentamientos prácticamente constantes, propiciaron un cambio estructural en la sociedad de aquel país. La ausencia de guerras (al menos, en su territorio, pues GB siguió tomando partido en varios conflictos, pero fuera de sus fronteras) y la relativa libertad y estabilidad política (obviamente, no era total), la estabilización de la moneda y un cambio cultural que se plasmó en un increíble aumento de los conocimientos en todas las ramas del saber. A su vez, la estabilidad económica y los mejores conocimientos, trajeron consigo el aumento de la burguesía, a partir de entonces más rica y más formada, y el desarrollo de nuevos avances técnicos, científicos y sanitarios.
Fue gracias a los avances técnicos, científicos y sanitarios que surgieron como consecuencia de esa estabilidad política y económica, que se descubrirían nuevos materiales (como el acero) , nuevas fuentes de energía (como el carbón), nuevos descubrimientos en el campo de la salud (como una mejor alimentación o las primeras vacunas), nuevas máquinas (como las de hilar y tejer), que provocaron un drástico aumento de la población, al reducirse la mortalidad e incrementarse la natalidad, y un éxodo rural, al desplazarse un gran número de personas desde el campo hacia las ciudades, que eran los focos donde todos estos cambios se estaban produciendo. A su vez, este aumento de la población y este éxodo rural, se tradujeron en el crecimiento de las ciudades, que, gracias a los avances técnicos y científicos, cada vez requerían de más capital humano, de más trabajadores, a los que, además, había que satisfacerles sus necesidades, por lo que el incremento del comercio se produjo igualmente de manera paralela.
Así, con esta consecución de factores encadenados, nacía la Revolución Industrial, que surgiría, especialmente, gracias al desarrollo de la máquina de vapor, inventada en 1769 por el escocés James Watt. La máquina de vapor supuso un antes y un después en nuestro modo de vida, pues permitía, entre otras cosas, extraer carbón, accionar telares, y facilitar, posteriormente, la construcción de locomotoras y barcos de vapor, lo que supuso revolucionar el transporte y la industria. En pocos años, de Gran Bretaña, la Revolución se extendió a otros países de Europa y a Estados Unidos, cambiando, en sólo unas décadas, un modelo que había permanecido casi intacto durante milenios.
A la Primera Revolución Industrial, caracterizada por esa mecanización, la siguió la Segunda Revolución Industrial, iniciada a mediados del siglo XIX, y caracterizada por el desarrollo de la industria química, del petróleo y del acero, y, sobre todo, de la electricidad, que cambiaron radicalmente los medios de transporte, con el desarrollo del ferrocarril, el avión, los barcos de acero, etc., facilitaron la producción en masa de los bienes de consumo, y mejoraron las comunicaciones, con el desarrollo del telégrafo y el teléfono; e, incluso, cambiaron la manera de hacer la guerra. A esta Segunda Revolución, la siguió a su vez la Tercera, iniciada hace sólo unas décadas, en la que el ser humano fue incluso capaz de iniciar una carrera espacial y llegar hasta la Luna, a partir de la segunda mitad del siglo XX, estando caracterizada esta revolución por el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, por la informatización de la sociedad, que ha provocado una mayor automatización de los procesos productivos, y, especialmente, ha supuesto una auténtica revolución en cuanto a los medios de transporte, las comunicaciones y el modo de vida en el que nos relacionamos como sociedad de a información. Esta Tercera Revolución, hay incluso autores que defienden que ya ha evolucionado y, en tan solo unas décadas, hemos entrado, en el Siglo XXI, en la 4ª Revolución Industrial, o en la llamada Industria 4.0., construida sobre los pilares y avances de la revolución informática anterior, que es la era de la digitalización, en la que la inteligencia artificial, la robotización y la realidad virtual, entre otras cosas, consiguen ofrecer sistemas de computación en nube, la casi total automatización de la industria, la creación de series de producción más cortas y rentables, la personalización de productos y servicios para consumidores y usuarios...
Durante casi milenios, los cambios en el modo de vida de los seres humanos, se habían producido a pequeña escala y de manera muy progresiva y lenta, de tal manera que fueron casi imperceptibles, sin embargo, desde mediados del S. XVII hasta hoy, los cambios se han producido velozmente y cada vez en menos tiempo, casi de manera súbita, hasta el punto de que, en la actualidad, cada día nuevos procesos, productos y servicios se introducen en el mercado, dejando anticuados y obsoletos a otros que surgieron hace menos de un lustro. En solo poco más de de dos siglos, el ser humano ha pasado de subsistir de una agricultura de autoconsumo, a poder comunicarse en el momento con cualquier otra persona que vive en cualquier otra parte del mundo.
No obstante, a pesar de todos estos avances que indiscutiblemente han mejorado nuestro modo de vida, lo cierto es que, desde el mismo momento en el que la Primera Revolución Industrial estaba teniendo lugar, comenzó a surgir un nuevo modelo de producción y consumo, que, conforme avanzaba el proceso revolucionario, se iba consolidando y reformando, hasta convertirse en el pilar sobre el que se sustenta toda nuestra economía.
Así, desde la Primera Revolución Industrial, la población comenzó a crecer de manera rápida, la extracción de las nuevas materias primas (como el carbón, en aquel momento, hasta otros como el petróleo o el coltán, en la actualidad) así como de las tradicionales (como la madera) se fue aumentando de manera paralela al aumento de los nuevos centros de producción y las nuevas industrias, que, al concentrarse en las ciudades, estas se ampliaban, reduciendo para ello bosques, campos y toda la naturaleza que antes se encontraban a las afueras de las mismas; estas nuevas industrias, cada vez más numerosas, comenzaron a emitir a la atmósfera gases que nunca jamás se habían emitido en tales cantidades. Para satisfacer las necesidades de la cada vez más numerosa población, se necesitaba aumentar el tamaño de las ciudades (la ciudad de Londres, por ejemplo, pasó del millón de habitantes en 1800, a los 6,7 millones un siglo más tarde), aumentar la producción, que, como consecuencia, aumentaba, a su vez, todavía más los procesos de extracción, la emisión de gases y, por último, los desechos de las industrias. Cada vez más barcos, más vías de ferrocarril, más edificios, más fábricas, más residuos, más población, más contaminación... Pero ¿y los recursos? A un mayor aumento de todos los anteriores, se necesitaría un aumento de los recursos para poder mantener este ritmo, sin embargo, los recursos, algunos porque nunca han sido renovables, y otros porque su capacidad de renovación no era capaz de producirse al mismo ritmo que la demanda que de ellos tenía la población, han ido reduciéndose progresivamente de manera proporcionalmente inversa a la dependencia que hemos ido teniendo de ellos desde entonces.
Desde el inicio de la primera fase de la Revolución Industrial, fuimos construyendo, sin saberlo, un modelo económico que, aunque nos ha ayudado a prosperar como nunca antes nadie ha prosperado en toda la historia de la Humanidad, ha estado construido sobre la dependencia de unos recursos que son finitos, que tienen un límite. ¿Sin saberlo? en realidad, nunca nos preocupamos por saberlo, pero, tal y como expliqué antes, ciertas voces ya comenzaron a alzarse, alertando del problema que supondría desarrollar todo nuestro crecimiento en base a ese sistema lineal de "extraer-usar-tirar" que, inconscientemente, habíamos creado, pero esas voces nunca fueron escuchadas. Entre esas voces, destaca la de Thomas Malthus, un erudito y clérigo anglicano, quien, en 1798 publicó An Essay on the Principle of Population, en el cual dejaba escrito que “el peso de la población es tan superior a la capacidad de la Tierra para permitir la subsistencia del hombre, que una u otra forma de muerte prematura acabará por visitar a la raza humana”. Llama la atención, entre otras cosas, que Malthus era británico, y que cuando dejó escritas estas palabras se acababa de iniciar en su país la propia Revolución Industrial. Él se percató en aquella época que los recursos de la Tierra no podrían satisfacer las necesidades de toda la población, si la población seguía creciendo a un ritmo tal que la demanda de esos recursos no iba a poder producirse al mismo tiempo que su capacidad de regeneración. Aunque, actualmente, la cuestión del aumento de la población no se considera tanto problema si se aplican modelos más eficaces, en cierto modo, él fue capaz de prever que las consecuencias de ese camino que acabábamos de tomar, no iban a ser siempre buenas.
Posteriormente, en el siglo XX, cuando todos estos problemas ya empezaban a quedar patentes, otras voces, como las del conservacionista estadounidense Aldo Leopold, volvieron a alzarse. Leopold dejó escritas frases como: “cuando envío estas reflexiones a una imprenta, estoy contribuyendo a la tala de árboles [...] cuando me desplazo en mi automóvil [...] estoy destruyendo los campos petrolíferos, [...] cuando tengo más de dos hijos, estoy contribuyendo a la necesidad insaciable de más imprentas, más vacas, más crudo...” en la que resume, perfectamente, cuál es la realidad del problema y cómo, de manera inconsciente, todos contribuimos a perpetuarla.
3. Viviendo el presente. Dónde estamos:
Ahora ya sabemos cómo hemos llegado hasta aquí, como hemos conseguido convertirnos en este mundo global e interconectado gracias a los avances científicos y técnicos que hemos ido desarrollando progresivamente desde que iniciamos el proceso de revolución industrial.
Por tanto, actualmente, podemos afirmar que nos encontramos en un mundo radicalmente distinto al mundo que conocíamos hace unos siglos, un mundo que está en constante cambio y un mundo donde, gracias a los avances desarrollados, la esperanza de vida, la clase media, el conocimiento y la calidad de vida han aumentado en todos los países del mundo. No obstante, en contrapartida, nos encontramos también en un mundo que, como consecuencia de la manera en la que hemos desarrollado esos avances, nuestros recursos no son capaces de responder a las necesidades humanas al mismo ritmo, donde los residuos han alcanzado dimensiones inimaginables y donde las emisiones de gases a la atmósfera han provocado el fenómeno del calentamiento global, que, sumado a la sobreexplotación de los recursos naturales empleados para poder satisfacer las necesidades de producción y consumo, han ocasionado una gran pérdida de biodiversidad y ha generado un daño en nuestros ecosistemas.
Pero, ¿cómo se traduce en cifras esta realidad? En general, cuando se habla sobre un problema, incluso sobre su origen y sobre sus consecuencias, nos resulta hasta cierto punto irrelevante si no observamos, con datos y cifras, cómo se ha desarrollado la progresión de ese problema desde su origen y cuáles han sido, concretamente, sus consecuencias. En cierto modo, es lo que me ocurrió a mí antes de ponerme a investigar para poder escribir mi libro. Era plenamente consciente de la realidad que atraviesa nuestro Planeta y sabía cuáles eran las consecuencias, pero al no disponer de datos concretos, parecía algo lejano y no tan alarmante e, incluso, inevitable. Sin embargo, al estudiar y analizar los datos, mi concepción de la realidad cambió radicalmente, por esta razón, creo que es importante compartir y mostrar estos datos, para despertar la conciencia en la sociedad, igual que despertó en mí.
Así pues, empecemos hablando de nuestra población, de los seres humanos que, actualmente, debemos compartir el Planeta. En la actualidad, según datos del Banco Mundial, somos más de 7.500 millones de personas viviendo en el Planeta. Esta cifra, por sí sola, apenas indica nada. Ahora bien, ¿y si la comparamos con la población que, según el mismo Banco Mundial, habitaba el Globo en los años 50 del siglo XX? Según lo que nos muestran los datos, en 1950 la población mundial estimada era de 2.600 millones de personas. Esto significa que, en menos de 70 años, la población mundial se ha incrementado un 188,46%.
Ahora, de toda esta población mundial, echemos un vistazo a la que vive en núcleos urbanos. Según datos de, nuevamente, el Banco Mundial, a fecha actual, la población urbana mundial representa un 54,7% de la población total (que son algo más de 4.100 millones de personas, una cifra bastante superior, por sí sola, a la de la propia población total mundial de 1950), mientras que, echando la vista al pasado, en 1960, esta era de un total de 33,5%. De vivir la mayoría de los habitantes del mundo en zonas rurales hace menos de 60 años, hemos pasado, en la actualidad, a un mundo donde más de la mitad de sus habitantes vivimos en ciudades, en zonas altamente urbanizadas.
Como se puede observar con los datos en la mano, los procesos de crecimiento poblacional y de crecimiento de la urbanización que se iniciaron desde la Primera Revolución Industrial, siguen estando presentes, aunque, esta vez, a un ritmo mucho mayor que antes. Igualmente, si a partir del siglo XVIII, debido a estos dos fenómenos de crecimiento, el aumento de la producción para satisfacer las necesidades de un mayor consumo eran la primera consecuencia directa, en la actualidad, esto no podía ser diferente. Así, para poder hacer frente a esa demanda, a ese consumo, el ser humano emplea o extrae, hoy en día, un 50 % más de recursos que hace 30 años, en tanto que la población mundial no solo ha crecido de manera exponencial durante estos 30 últimos años, sino que además lo ha hecho principalmente en las ciudades, que, como se ha dicho antes, son las zonas las que más necesidad de recursos generan, y, de este modo, ese empleo o esa extracción de recursos se traduce en, aproximadamente, 60 mil millones de toneladas de materias primas al año (para que nos hagamos una idea, esto equivale al peso de 41.000 edificios como el Empire State Building de Nueva York).
Para simbolizar este problema, la ONG Global Footprint Organization, creó el concepto de “Día de Exceso de la Tierra” (Earth Overshoot Day), que intenta fijar la fecha en que la demanda anual de la humanidad sobre la naturaleza excede lo que la Tierra puede regenerar en este año, o, lo que es lo mismo, el día del año en que se agota el consumo de recursos presupuestados para dicho año, sin que afecten a la regeneración de los propios recursos, pretendiendo así alarmar y concienciar sobre la problemática de la sobreexplotación y de la velocidad a la que se consumen los recursos. Comenzó a medirse en el año 1970 y, mientras que, en dicho año, este día ocurrió el 23 de diciembre, en el año 2000 fue el 1 de octubre, y, en el pasado año 2017, el Día de Exceso de la Tierra fue el 2 de agosto; esto quiere decir, aparte de que cada año se consumen más rápido, que llevamos más de cuatro décadas agotando los recursos anuales antes de que acabe el año para el que están presupuestados y, por tanto, impidiendo su regeneración.
Como ejemplos de esta sobreexplotación existente para poder abastecer las necesidades mundiales, podemos poner a la sobrepesca, que ha causado, según la ONG Greenpeace, que “tres cuartas partes de los stocks pesqueros están totalmente explotados, sobreexplotados o agotados”; la deforestación, que acuerdo con el estudio sobre los bosques más completo de la FAO hasta la fecha, la Evaluación de los recursos forestales mundiales 2015, “desde 1990 se han perdido unos 129 millones de hectáreas de bosques –lo que equivale casi a la totalidad de la superficie de Sudáfrica– y así, mientras que en 1990 los bosques cubrían el 31,6 por ciento de las zonas terrestres del planeta –unos 4 128 millones de hectáreas–, en 2015 se ha pasado al 30,6 por ciento –cerca de 3 999 millones de hectáreas–”; la escasez de agua, que, según cálculos de la ONU, en su Informe de las Naciones Unidas sobre los recursos hídricos en el mundo 2015, se estima que, en la actualidad, “cerca de 1 200 millones de personas, casi una quinta parte de la población mundial, vive en áreas de escasez física de agua, mientras que 500 millones se aproximan a esta situación. Otros 1.600 millones, alrededor de un cuarto de la población mundial, se enfrentan a situaciones de escasez económica de agua, donde los países carecen de la infraestructura necesaria para transportar el agua desde ríos y acuíferos”. Del mismo modo, analicemos los datos de cualquier tipo de recurso que queramos analizar, todos muestran la misma realidad, desde los combustibles fósiles, que han sido la piedra angular de nuestro modelo de producción, hasta, como hemos visto, el agua, que es el más básico y fundamental de los recursos. Todos nuestros recursos están siendo explotados, hoy en día, a un ritmo tan veloz, que, ni pueden satisfacer la demanda de una población cada vez más numerosa, ni puede regenerarse siguiendo sus propios ciclos naturales.
Los datos son alarmantes, pero expliquemos ahora las consecuencias que esos datos tienen sobre la nuestra propia vida. Que exista un problema de sobrepesca, para algunos, igual no supone, per se, un reto mundial que deba ser combatido, pero, ¿qué ocurriría realmente si las reservas de pesca se agotasen? El pescado no solo es la base alimentaria para muchas personas, sino que, además, según información de la FAO (Informe: Estado Mundial de la Pesca 2014), se calcula que, en total, la pesca y la acuicultura garantizan los medios de vida del 10-12 % de la población mundial. La Deforestación implica la destrucción de los bosques que, además de la importante función que desempeñan como los grandes sumideros naturales de CO2, ayudando a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera, son la principal fuente de obtención de los recursos madereros (utilizados en la fabricación de papel, celulosa, caucho, de mobiliario, de viviendas...), así como de otros productos farmacológicos, químicos (a partir de la resina, por ejemplo), o alimentarios. El agua, por último, es el "recurso madre", de ella depende la producción y la transformación de todos los demás recursos (es la base de la ganadería, de la agricultura, de la producción de energía, de la producción industrial...), y es totalmente imprescindible para la supervivencia de cualquier ser vivo, el agua es la fuente de la vida, por lo que, escasez de agua implica escasez de vida e, inexistencia de agua, inexistencia de vida. La sobreexplotación de recursos como el pescado, como los árboles y las demás plantas, como el agua, etc. implica la puesta en riesgo de la alimentación, de los materiales de producción, de los productos farmacológicos, de millones de puestos de trabajo y, lo más importante, del desarrollo de la propia vida humana.
Ahora mismo nos encontramos en ese punto, en el momento en el que, con nuestro modelo de producción y consumo, estamos poniendo en riesgo hasta nuestra propia existencia, al estar sobreexplotando todos nuestros recursos, siguiendo la tendencia que iniciamos unos siglos atrás y que, lejos de poner freno, cada día estamos reforzando e interiorizando como algo lógico e inofensivo.
No obstante, esto no acaba aquí. Nuestro modelo económico actual se sustenta en tres pilares: "extraer, usar y tirar". En cuanto al primer pilar, el de la extracción (producción), y al segundo, el del uso (consumo), ya se han hecho referencias, al haberse explicado que ese aumento del consumo, de la necesidad de usar, es la consecuencia del aumento de la necesidad de extraer, de producir más, lo que genera esa sobreexplotación de recursos que acaba de ser mencionada. Ahora, falta por explicar la tercera de las necesidades que surgen de la configuración de nuestro modelo económico, la necesidad de tirar, de desechar todos esos recursos que, después de ser extraídos para ser usados (con o sin procesos intermedios de transformación), consideramos inservibles.
Este tercer pilar de la economía lineal provoca una peculiaridad que, en la naturaleza, entre todos los seres vivos, se produce de manera exclusiva en los seres humanos: la generación de residuos. Los seres humanos somos los únicos seres vivos de todos los que habitamos la Tierra que, como consecuencia de nuestras actividades, generamos residuos. Los desechos que se producen en la naturaleza por los demás seres vivos son siempre aprovechados por otros seres vivos como materia prima, mientras que la inmensa mayoría de los desechos del ser humano acaban como residuos inservibles en vertederos, desguaces o, peor aún, en entornos naturales, como los océanos. Así, si a una mayor demanda le corresponde una mayor explotación de recursos, a una mayor explotación de recursos, teniendo en cuenta cuál es el fin que les damos a estos, le corresponde, igualmente, una mayor cantidad de residuos. Además, en línea a los razonamientos anteriores, al ser la población urbana la que más recursos demanda y habiéndose producido un aumento de esta a nivel global, los residuos generados a raíz de este fenómeno, se incrementan en la misma proporción.
De este modo, es lógico que los datos nos muestren que, durante el siglo XX, la producción de recursos aumentase diez veces. Según el informe del Banco Mundial de 2012 What a Waste: A Global Review of Solid Waste Management, hace diez años había 2.900 millones de residentes urbanos, que generaban 0,64 kg de residuos sólidos municipales (RSM) por persona al día (6.800.000 toneladas al año), mientras que, a fecha del Informe (2012), esta cantidad se había incrementado en tres mil millones de residentes urbanos, que generaban 1,2 kg de RSM (aquellos residuos que se generan como consecuencia de las actividades urbanas) por persona al día (1.300 millones de toneladas al año), lo que ha supuesto un aumento de más del 91 %.
Un incremento de más del 91% de los residuos en una década, se traduce en el incremento del tamaño de los vertederos donde se depositan estos residuos, que, dada la velocidad de este incremento en un lapso de tiempo tan reducido, se produce un colapso en la capacidad de estos vertederos para albergar tanto residuo Tal es el caso del vertedero de Dubai, que actualmente ya está al borde de su capacidad. En relación a lo anterior, al ser la mayoría de los residuos de nuestros vertederos productos que han sido fabricados por medio de la transformación de nuestras materias primas, a través de la utilización de elementos contaminantes, aunque en pequeñas cantidades estos no supongan un riesgo, si toneladas y toneladas de estos residuos se acumulan en un mismo lugar, la presencia de estos elementos contaminantes se multiplica exponencialmente, así como sus consecuencias. Este es el caso del vertedero de Agbogbloshie, en Ghana, que se ha convertido en el vertedero de residuos tecnológicos más grande del mundo, con una superficie equivalente a once campos de fútbol, y que, al contener los aparatos electrónicos una gran cantidad de elementos contaminantes (plomo, mercurio, cadmio, arsénico), se ha coronado como el lugar más contaminado de todo el continente africano, estimándose que los niveles de contaminación de estos materiales a los que están expuestos los habitantes de la zona (en torno a 40.000) sea 50 veces mayor al máximo recomendado por la OMS. Por último, al estar la capacidad de estos vertederos al límite, sumado a la falta de eficiencia de los servicios de recogida y gestión de basura, o, directamente, a la inexistencia de estos, en muchas partes del mundo, muchos de esos residuos acaban directamente en el medio natural, como es el caso del plástico en los océanos, estimándose, por el PNUMA, que, en la actualidad, más de 8 millones de toneladas de plástico los que terminan en el mar cada año. Este plástico, además de contaminar los océanos, es ingerido por muchas especies que en ellos viven (se calcula que ya son más de 600 las especies marinas que han ingerido este material), que, a su vez, son, en muchos casos, utilizadas como alimento humano, por lo que, literalmente, nos estamos comiendo nuestros propios residuos contaminantes.
De esta forma, en la actualidad, estamos viviendo una época donde los recursos naturales sufren serios problemas para poder regenerarse, donde la población mundial y, especialmente, la población urbana, está creciendo de tal manera que todavía necesitarán explotar más esos recursos y, por último, donde toda la cantidad de residuos inorgánicos que generamos, están rebosando nuestros vertederos, océanos y otros espacios, provocando un gran problema de contaminación.
Hoy en día, vivimos en un mundo que, por culpa del modelo económico lineal que estamos desarrollando, está siendo esquilmado de recursos, recursos de los que dependemos todos y cada uno de los seres vivos, por lo que, en suma, estamos viviendo en un mundo que, por nuestra propia mala gestión, amenaza con colapsar y no ser capaz, algún día, en un futuro relativamente incierto, de garantizar nuestra propia supervivencia.
4. Una mirada al futuro. Hacia dónde vamos vs. Hacia dónde deberíamos ir.
Para poder prepararnos para el futuro, es necesario detenernos en el presente a observar la situación de la que partimos, para poder proyectar hacia qué dirección vamos a ir en caso de que sigamos por la misma senda, y planear, en caso de que queramos cambiar la situación, el camino que deberíamos seguir en su lugar.
En el apartado anterior ya nos detuvimos en la primera cuestión, en la de observación de la situación en la que nos encontramos en la actualidad, en la de nuestro punto de partida. Ahora, nos corresponde hacer lo propio con las otras dos cuestiones, debemos analizar cuáles son las previsiones que, siguiendo las tendencias de los últimos años, podemos determinar que ocurrirán durante las próximas décadas, y, en base a estas, elaborar una serie de proyectos y planes para poder afrontar la realidad futura y, si fuera necesario, cambiarla.
De este modo, las previsiones de crecimiento de la población mundial, por ejemplo, nos indican que estamos yendo hacia un mundo todavía más poblado, puesto que, según estimaciones de la UNESCO, la población mundial crece a un ritmo aproximado de 80 millones de personas al año. Así, según el Informe World Population Prospects. The 2017 Revision, de la ONU, nuestro planeta alcanzará los 8.500 millones en 2030 y los 9.700 millones en 2050, y para el año 2100, la población mundial será de 11.200 millones de personas. Según informes del Banco Mundial, por otra parte, se prevé que la población urbana aumentará a casi 6.300 millones para 2050. Además de este incremento de la población y de la población urbana, se calcula, igualmente, que para el año 2030, la clase media aumente unos 3.000 millones de personas más. Las estimaciones, siguiendo las tendencias de crecimiento actuales, nos indican que vamos hacia un mundo con una población mundial en continuo aumento, con unas ciudades cada vez más grandes y con más gente con capacidad económica para consumir más. Nuevamente, más población, más población urbana y, más población con un mayor poder adquisitivo se traduce, indiscutiblemente, en una mayor demanda de recursos y en una mayor generación de residuos.
Por ello, es evidente que la extracción de unos recursos que ya se encuentran de por sí sobreexplotados hoy en día, siga aumentando. Tanto es así que se calcula que, para el año 2030, la extracción de recursos podría incrementarse hasta 100 mil millones. Esto significa, por ejemplo, que entre 1980 y 2040, de continuar por esta senda, la extracción de recursos naturales habría aumentado en torno a un 233 %. Con cada vez menos recursos disponibles y más población dependiente de esos recursos, no es difícil imaginar las consecuencias. Sin ir más lejos, Abdolreza Abbassian, economista de la FAO, en declaraciones que hizo ante el medio The Associated Press, señaló que, para alimentar a la población mundial en el año 2050, se necesitaría “un incremento de 70 % de la producción global de alimentos en los próximos 40 años, tarea que se antoja titánica pues mientras la población mundial crece un 1,55 % anual, los rendimientos del trigo (la mayor fuente de proteína en países pobres), habrían sufrido un descenso del 1 %”.
Las predicciones para el futuro, en cuanto a la disponibilidad de algunos de los recursos antes mencionados, tampoco son muy alentadoras, pues se calcula, según Naciones Unidas que, “en 2025, 1.800 millones de personas vivirán en países o regiones con escasez absoluta de agua y dos terceras partes de la población mundial podrían hacerlo en condiciones de estrés hídrico. En el 2030, casi la mitad de la población mundial vivirá en áreas de estrés hídrico, incluidos entre 75 y 250 millones de personas de África. Además, la escasez de agua en áreas áridas o semiáridas provocará el desplazamiento de entre 24 y 700 millones de personas”.
Lo más preocupante es que esta cifra amenaza con crecer drásticamente. La ONU pronostica que la demanda de agua aumentará un 40 % para el 2030, y con un clima cada vez más impredecible, las reservas de agua cada vez se resienten más. Se prevé que en 2050 “la demanda mundial de agua haya aumentado un 55 %, debido principalmente a demandas relacionadas con la creciente urbanización en los países en desarrollo”. Las ciudades (recordemos, cada vez más numerosas) tendrán que ir más lejos o perforar más hondo para encontrar agua, o tendrán que depender de soluciones innovadoras o de tecnologías avanzadas para satisfacer sus necesidades hídricas, tal como lo explica la UNESCO en su Informe de las Naciones Unidas sobre los recursos hídricos en el mundo 2015, el cual alerta también “que la generación de energía térmica y la energía hidroeléctrica representan el 80 % y el 15 % respectivamente de la producción mundial de electricidad, y por lo general requieren grandes cantidades de agua. A nivel mundial, se prevé que la demanda de energía aumentará un tercio hasta 2035, mientras se espera que la demanda de electricidad aumente un 70 %. Dado que el 90 % de la energía térmica requiere un gran consumo de agua, el 70 % del aumento se traduce en un aumento del 20 % de las extracciones totales de agua dulce”. Lo mismo ocurre en otros sectores, y así, se estima que la demanda mundial de agua para la producción industrial, por ejemplo, “aumente un 400 % entre el año 2000 y el 2050, mucho más que en cualquier otro sector”.
En cuanto a los combustibles fósiles, por otro lado, la International Energy Agency, estima que las tendencias de consumo y dependencia global van a continuar siendo similares, calculando que para el año 2035 el consumo de energía proveniente de combustibles fósiles sea de un 79%, fundamentalmente de petróleo y gas natural. Estos combustibles fósiles no son renovables y, además, su control está en manos de un número tasado de países que, durante décadas, aunque en menor medida en la actualidad, han operado en régimen de oligopolio, haciendo que sus precios sean muy volátiles. Además, estos recursos se localizan, en gran medida, en territorios donde tradicionalmente se han generado muchos conflictos geopolíticos, tanto armados como diplomáticos, derivados de las luchas de poder para hacerse con el control de aquellos, como los casos de las reservas de gas en Libia o en Ucrania, o la tan conocida cuestión del petróleo en los países del Golfo Pérsico. De este modo, casi el 80% de nuestras fuentes de energía van a seguir dependiendo de unos recursos que no se renuevan, que son, literalmente, limitados, y que, además, como resultado de la inestabilidad política existente en buena parte de los países donde se encuentran, en numerosas ocasiones son los detonantes de conflictos internacionales de gran relevancia.
El caso de los recursos no renovables es particular, pues son los únicos que, a ciencia cierta, sabemos que se van a agotar más pronto que tarde, y, sin embargo, como podemos observar, van a seguir siendo, en la inmensa mayoría de los casos, nuestra principal fuente de energía. Nuestra energía proviene y va a seguir proviniendo de unos recursos limitados, exclusivos, y susceptibles de generar conflictos. Depender de unas fuentes de energía que se están vaciando y que, en la mayoría de los casos, están fuera de nuestro control, es como depender de un coche lleno de averías para desplazarse, lo más probable es que no puedas llegar al destino, aunque no sepas exactamente en qué punto del trayecto te vas a quedar tirado, llegará un momento en el que el coche no pueda avanzar más, y, si no tienes una alternativa para desplazarte cuando ese momento llegue, no alcanzarás jamás tu destino.
Aunque el caso de los recursos no renovables es el más evidente, lo cierto es que ya se ha visto que los demás recursos, a pesar de ser renovables, dado el ritmo y la cantidad con los que son explotados, tampoco pueden renovarse a la velocidad y en las cantidades que deberían para satisfacer toda la demanda mundial. Esto, evidentemente, tiene un efecto en los precios. Existe una demanda cada vez mayor, para una oferta (recursos) cada vez menor. Así, desde el inicio del S.XXI, los precios de las materias primas se han incrementado un 147 %, en términos reales. Si estimamos que la demanda de energía sea un 36 % más alta en el 2030 de lo que lo era en el año 2011, esto implica, según los cálculos, que será necesaria una inversión anual de entorno a un billón de dólares en el sistema de generación y conservación de los recursos naturales para atender la demanda futura. El problema ya no es solo de carestía de recursos, sino de inversiones de dinero tan grandes que, probablemente, sean imposibles de sufragar.
A todo esto, se suma, como en los casos anteriores, la cuestión de los residuos. Para 2025, se estima, según el Informe del Banco Mundial antes citado, que habrá 4.300 millones de residentes urbanos, generando en torno a 1,42 kg de RSM por persona al día. Esto se traduce en 2.200 toneladas al año, algo más de 6 millones de toneladas de residuos al día. Si para el año 2012supone un incremento de un 70 %. Según un artículo Environment: Waste production must peak this century, publicado en la prestigiosa revista Nature en el año 2013, extendiendo las actuales tendencias socioeconómicas, para el año 2100 no alcanzaremos el pico máximo de residuos, pero llegaremos a producir alrededor de 11 millones de toneladas de residuos urbanos al día. Para que nos hagamos una idea, solo en el año 2025, de cumplirse las predicciones, la cantidad de residuos generados sería suficiente para formar cada día, con camiones de la basura al límite de su capacidad, una fila de 5.000 km de longitud. O, lo que es lo mismo, si hiciésemos una línea recta con esos camiones, podríamos conectar el Cabo de Roca, en Portugal (punto más occidental de Europa Continental) con Bakú (4.998 km en línea recta), en Azerbaiyán (a orillas del Mar Caspio), lo que nos permitiría cruzar toda la Península Ibérica, el Mediterráneo, Turquía y el Cáucaso, saltando de camión en camión (suponiendo que dichos camiones flotasen), todos los días del año. Al igual que en el caso anterior, el problema no será exclusivamente de gestión, sino que esta situación también tendrá un efecto directo en los precios. Se prevé, según el Banco Mundial, que el costo anual de la gestión de residuos sólidos aumentará de los 205.000 millones de dólares actuales a los 375.000 millones en un futuro no muy lejano.
En este punto, ya podemos responder a la pregunta. ¿Hacia dónde vamos? Vamos hacia un mundo con unos recursos naturales cada vez menos disponibles, que tendrán que satisfacer las necesidades de una población cada vez más numerosa, que cada vez tendrán un coste económico superior y cuyos residuos no tendrán suficiente espacio para ser depositados. En definitiva, vamos hacia un mundo que, más tarde o más temprano, acabará colapsando.
Ahora, lo que deberíamos preguntarnos es, ¿hacia dónde queremos ir? Si no queremos renunciar a nuestro desarrollo económico, tecnológico, industrial, en suma, a nuestro desarrollo humano, y tampoco queremos renunciar (no es que no queramos, es que no podemos) al Planeta en el que vivimos, solo nos queda un camino: encontrar una manera de seguir desarrollándonos sin que nuestra huella deje una herida mortal al Planeta. Este camino existe, y es la economía circular.
La economía circular supone cambiar nuestro modelo económico lineal, basado en los pilares de extraer-usar-tirar, por otro en el que todas las fases de la cadena de producción sean capaces de retroalimentarse, generando un bucle donde se pueda reducir tanto la extracción de nuevas materias primas, como la generación de residuos. La economía circular supone imitar el ciclo biológico de la naturaleza, donde todas y cada una de las materias primas empleadas es capaz de volver a incorporarse a nuevos ciclos biológicos, en nuestro modelo de producción y consumo, a fin de crear una suerte de ciclo económico, donde todas las materias primas que empleemos sean capaces de volver a incorporarse en nuevos ciclos, y generar así un bucle constante y una fuente inagotable de recursos.
El químico francés Antoine Lavosier estableció, en el siglo XVIII, una máxima de la Ley de la Conservación de la Materia, al enunciar que "la materia no se crea ni se destruye, solo se transforma". Si miramos a nuestro actual sistema de producción y consumo, estamos extrayendo unas materias primas que luego usamos y después depositamos en vertederos en formas de residuos. Si ahora, espero, hemos entendido que nuestras materias primas son limitadas, finitas, puesto que solo existen las que nos proporciona el Planeta, con nuestro actual modelo lineal lo único que estamos haciendo es transformas nuestros recursos en basura, en residuos. Si seguimos utilizando este modelo lineal, siguiendo el razonamiento de la máxima antes anunciada, lo único que conseguiremos será seguir transformando recursos en residuos, hasta que llegue un momento en el que solo tengamos basura (y, si lo hacemos a este ritmo, será todavía antes de lo esperado). Por otra parte, si observamos el modelo que sigue cualquier ciclo biológico, como el de una planta, por ejemplo, las materias primas que esta utiliza para poder desarrollarse, son transformadas en nuevas materias primas que dan servicio a otros seres vivos para poder desarrollar sus ciclos biológicos e, incluso, una vez que muere, sus restos son nutrientes que vuelven a ser aprovechados por otros organismos y seres vivos. El 100% de la materia que compone una planta, se transforma en materia prima para otros seres vivos. Por el contrario, casi el 100% de la materia prima empleada para elaborar nuestros productos, se transforma en residuos que nunca desaparecen, solo se transforman en basura que, además, en la mayoría de los casos es imposible volver a incorporar en nuevos ciclos, pues la cantidad de sustancias contaminantes empleadas para elaborarlos son muy elevadas.
¿No sería más lógico desarrollar un modelo de producción y consumo donde los componentes de un producto se pudiesen utilizar como componentes de otro, de manera tal que siempre se transformasen en otros productos? En resumidas cuentas, en esto consiste la economía circular. De cara al futuro, no podemos seguir desarrollándonos como hasta ahora, pues si nos basamos en un modelo que solo transforma materias primas en residuos inconsumibles, acabaremos teniendo un mundo donde lo único que tengamos sea basura inútil. Necesitamos, para poder hacer frente a todos los desafíos que se avecinan, un modelo que sea capaz de transformar nuestra materia prima en nueva materia prima, eliminando los residuos (que, recordemos, son un fenómeno único y exclusivamente humano) y haciendo que todos los materiales y componentes que utilicemos en unos productos, sirvan como materiales y componentes de otros.
¿No parece algo obvio? Es cierto que, para lograr esto, hace falta investigar, innovar y diseñar de otra manera nuestros productos, para que estos sean capaces de combinar elementos que puedan nutrir a nuevos ciclos técnicos, y otros que puedan devolverse a la naturaleza, para contribuir a nuevos ciclos biológicos; es necesario cambiar la mentalidad de los consumidores, para que sean conscientes de que, con las estimaciones de crecimiento poblacional, que todos poseamos los mismos productos va a resultar imposible, por lo que debemos centrarnos más en poder disponer de su uso y no tanto en tenerlos en propiedad; es necesario optimizar el uso de nuestros recursos, para poder reducir los residuos; y, sobre todo, es imprescindible acabar con la idea de los residuos de cara al futuro, así como investigar para poder aprovechar aquellos residuos existentes que se puedan. El cambio no se producirá de la noche a la mañana, pero necesitamos crear un modelo donde se produzca la intersección de aspectos ambientales y económicos para poder seguir desarrollándonos humana, social y económicamente sin comprometer la sostenibilidad de nuestro Planeta, y no ya el desarrollo de las generaciones venideras, sino de nuestras propias generaciones.
De este modo, en lugar de dirigirnos hacia donde nos estamos dirigiendo, hacia un mundo cambiante en el que no cambiamos nada, deberíamos dirigirnos hacia la transición a la economía circular, para poder cambiar conforme cambia el mundo, y así adaptarnos a una realidad que, en gran medida, nosotros mismos hemos contribuido a crear.
4. Conclusiones.
No podemos culpar a las revoluciones industriales por haber sido el origen de estos nuevos retos a los que debemos hacer frente hoy en día, pues esas mismas revoluciones supusieron un cambio necesario, radical y fundamental de nuestro modo de vida, que nos ha permitido gozar de un desarrollo social, científico, y técnico jamás visto antes en toda la historia de la Humanidad, haciendo que hoy en día podamos vivir en un mundo con menos enfermedades y dónde es más fácil combatirlas, dónde los conocimientos son más accesibles, donde las diferentes culturas y sociedades están más conectadas y son más cercanas, y donde podemos tener cualquier punto del Planeta a nuestro alcance. Las revoluciones industriales precedentes nos han aportado innumerables beneficios y avances sin los que ya ni podemos, ni queremos vivir, por tanto, no podemos renunciar a ellos. No obstante, ahora que sabemos (precisamente gracias a todos esos conocimientos y avances que hemos desarrollado como consecuencia de esas revoluciones) que la manera en la que hemos estado desarrollando esos avances ha generado igualmente un terrible impacto negativo en nuestro medio ambiente, poniendo en jaque la capacidad de nuestro Planeta para regenerar los recursos de los que dependemos todos los seres vivos para vivir y, por tanto, amenazando nuestra propia supervivencia, así como las de las demás especies, lo que debemos hacer es abrazar una nueva Revolución.
Esta nueva revolución, la "Quinta Revolución", si queremos denominarla, debe ser aquella en la que, sin renunciar a nuestro desarrollo económico, social, industrial y humano, consigamos aplicar un modelo de desarrollo que sea compatible con la sostenibilidad de nuestro Planeta, pues, sin nuestro Planeta, no hay desarrollo futuro posible; debe ser aquella que nos permita seguir creciendo sin comprometer el desarrollo de las generaciones futuras y entendiendo que somos otro actor más en el medio en el que vivimos, por lo que, para desarrollarnos, dependemos de él tanto como dependemos de todos nuestros avances. Esa Quinta Revolución, debe ser la economía circular.
Todas las materias primas que utilizamos para poder producir, fabricar, consumir y usar nuestros bienes y servicios, provienen de la naturaleza, es algo tan obvio, que parece increíble que hayamos vivido durante siglos haciendo una distinción tan radical entre lo "natural" y lo "artificial". Cualquier producto artificial, hasta el propio ordenador que estoy usando para escribir estas líneas, está fabricado por componentes que provienen de la naturaleza, han sido transformados y alterados por el ser humano, de acuerdo, pero desde los materiales que se han empleado para su fabricación, hasta las fuentes de energía que utiliza para poder funcionar, provienen originalmente de la naturaleza. Podemos inventar productos, pero no podemos inventar materias primas, las materias primas siempre han estado presentes en la naturaleza, y el plástico, un material artificial, no es más que la transformación del petróleo, que es un líquido de origen natural, compuesto por diferentes sustancias orgánicas, así como la electricidad, producida de forma artificial, no deja de ser una forma de energía producida por el movimiento e interacción entre las cargas eléctricas positivas y negativas de los cuerpos físicos. Toda materia y toda energía tienen un origen natural, por mucho que esa materia y esa energía hayan sido transformadas por los seres humanos a conveniencia; por tanto, defender un modelo de desarrollo que atenta contra la naturaleza y la destruye, es defender un modelo de desarrollo que atenta contra nuestras propias fuentes de recursos.
La Primera Revolución Industrial supuso un cambio brutal y brusco de nuestro modo de vida, que durante milenios había permanecido casi inalterado, por lo que fueron muchos los que tuvieron miedo a dar el paso, como los Luditas, que en siglo XIX, temerosos de que los telares y las máquinas automatizadas utilizadas en la entonces floreciente industria textil británica les sustituyesen y convirtiesen todos sus años de formación artesanal y experiencia en tiempo perdido, se organizaban para destruirlas y acabar con esos talleres automatizados. Ese miedo a la "rebelión de las máquinas" ha estado presente desde entonces hasta nuestros días, siendo uno de los escenarios apocalípticos más recurrentes de las novelas y películas de ciencia ficción, y que el célebre escritor ruso Isaac Asimov definió en el siglo XX como "Síndrome de Frankenstein" a ese miedo a que las fuerzas creadas por el ser humano para dominar a la naturaleza se volviesen en su contra (lo denominó así porque en la propia novela de Mary Shelley, publicada en 1818, ya se plantea esta inquietud, cuando, al final de la obra, el monstruo le dice al Doctor Víctor Frankenstein: "Tú eres mi creador, pero yo soy tu señor").
Hoy en día, ese miedo al cambio sigue estando patente, pues cambiar todo un modelo económico que ha estado presente durante siglos no es cosa baladí, pero no podemos tener otro complejo similar al Síndrome de Frankenstein, no hay tiempo para ello. Tenemos ya los avances mecánicos, eléctricos, informáticos y digitales que, desde la Primera hasta la Cuarta Revolución Industrial nos han servido para mejorar nuestras condiciones de vida en absolutamente todos los campos, desde la sanidad, hasta el modo en el que nos comunicamos y accedemos a la información, pasando por los medios de transporte o por nuestras ciudades, hemos conseguido llegar hasta aquí a pesar de nuestras dudas y miedos, hemos superado innumerables obstáculos y retos, ¿por qué iba a ser ahora diferente? Lo cierto es que sí es diferente, todas las situaciones anteriores las hemos solventado prácticamente a ciegas, hoy en día disponemos de los conocimientos suficientes para saber cuáles serían las consecuencias de no dar paso al cambio, pero también para saber cómo dar este paso, por tanto, ¿por qué no lo hacemos?
Al igual que los avances de la Primera Revolución sirvieron de base para dar paso a la Segunda, los de la Segunda para dar paso a la Tercera, y los de la Tercera para dar paso a la Cuarta, en esta Quinta Revolución debemos valernos de todos estos avances para poder, no solo revolucionar nuestro sistema, sino también para evolucionar. Debemos seguir desarrollándonos y creciendo, pues no vamos a renunciar a todo lo bueno que hemos conseguido, pero debemos usar esos avances anteriores y actuales para conseguir optimizar más el uso de nuestros recursos, para poder construir sistemas, desde ciudades hasta fábricas e industrias, que sean capaces de recuperar sus recursos y evitar la generación de residuos, para poder diseñar productos cuyos componentes puedan ser reutilizados o reintegrados en la naturaleza, para poder desarrollar energías más limpias, para poder restaurar los ecosistemas que hemos destruido... En definitiva, debemos usar esos avances para poder seguir creciendo sin renunciar a usar nuestra fuente de recursos, sin renunciar a nuestro Planeta. Debemos usar esos avances para poder transicionar hacia una economía circular que pueda ofrecernos las mismas oportunidades de desarrollo que la economía lineal, pero ofreciéndonos soluciones a todos los problemas que se han generado por su culpa.
Así, en definitiva, necesitamos una Quinta Revolución, una economía circular, porque en este nuestro mundo cambiante, tenemos que adaptarnos (que en eso consiste evolucionar) a vivir con las condiciones que nuestra realidad nos ofrece y está demostrado que el anterior sistema, resultado de las anteriores revoluciones, ya no sólo no es capaz de ayudarnos a conseguir esa adaptación, sino que va en dirección contraria a la propia realidad. Esta revolución no solo ha de ser industrial, ha de ser estructural, y revolucionar todo nuestro modelo de producción y de consumo, pero también toda nuestra concepción de la realidad y nuestra relación con la que debe ser nuestra fuente inagotable de recursos: nuestro Planeta, nuestro hogar, la Tierra.
En esta Quinta Revolución la naturaleza debe pasar de ser nuestra mera proveedora de recursos, a nuestra maestra, nuestra mentora y nuestro límite. Una Quinta Revolución donde la ecología y la economía no sean realidades enfrentadas, donde no sean elementos que deban estar reñidos, como lo han estado durante nuestras revoluciones anteriores, y que debamos escoger entre una y otra para progresar como sociedad, sino donde sean imprescindibles la una para la otra, compañeras de viaje para poder garantizar el futuro de ambas.
Actualmente, parte de la comunidad científica afirma que nos encontramos en una nueva era geológica, que han venido a denominar "Antropoceno", la era del impacto del ser humano en la Tierra, y, en vista de los datos analizados, más bien podríamos decir que se refieren a la era del impacto negativo del ser humano en la Tierra. Es cierto que el ser humano se ha convertido, en estos últimos siglos, en el principal actor del Planeta, todas nuestras decisiones, nuestras actividades y nuestras acciones repercuten directamente en el devenir del resto de especies, elementos, y fenómenos que se desarrollan en el Planeta Tierra (incluso hemos llegado más allá, habiendo generado, por ejemplo, grandes cantidades de basura espacial que orbitan fuera de nuestro Planeta), habiendo sido aquellas las principales causas del cambio climático, de la acidificación de los océanos, de la generación de fenómenos meteorológicos extremos, de la destrucción de ecosistemas, etc. Prácticamente podemos decir que el ser humano se ha convertido en el dueño del Planeta y que no lo está gestionando bien.
Sin embargo, no creo que esta era del Antropoceno tenga que ser realmente la era del impacto negativo, pues sabemos que hay otro camino que podemos tomar y, sabemos, que si lo tomamos, el ser humano puede seguir siendo el principal actor del Planeta, pero generando un impacto positivo. El ser humano ha estado destruyendo ecosistemas, pero también dispone de los medios y de los conocimientos para recuperarlos, y ya lo ha empezado a hacer en algunos lugares; el ser humano ha contribuido al cambio climático, pero también dispone de los conocimientos y de los medios para combatirlo; el ser humano genera grandes cantidades de residuos, pero ahora también posee los medios y los conocimientos para eliminarlos... Las causas de esta era del Antropoceno son, en suma, el modelo de producción de energía y el modelo de consumo de recursos, es decir, el modelo de producción y consumo que desarrollemos los seres humanos, por lo tanto, que ese impacto humano sea positivo o negativo, dependerá de que nuestro modelo de producción y consumo sea el correcto o el incorrecto. El Antropoceno se considera actualmente la era del impacto negativo del ser humano sobre la Tierra, porque el modelo que desarrollamos es insostenible, pero, ¿qué ocurre si cambiamos nuestro modelo por otro más sostenible? Nuestro impacto sobre la Tierra seguirá siendo muy relevante, pero, esta vez, para generar un impacto positivo, no uno negativo.
Por estas razones, estoy de acuerdo en que vivimos en la era del Antropoceno, pero no puedo estar de acuerdo en que el impacto humano tenga que ser necesariamente negativo, con esa mentalidad, o bien tenemos que abandonar nuestras propias aspiraciones para desarrollarnos, o bien tenemos que seguir desarrollándonos a costa de un precio muy alto que no queremos pagar. Con esa mentalidad, nos obligamos a elegir entre desarrollo humano, o desarrollo del Planeta, cuando no deberíamos elegir entre ambas, sino poder tener las dos. Si entendemos que también podemos dejar un impacto positivo en el Planeta, podemos cambiar las cosas para poder seguir desarrollándonos sin renunciar a él. Este impacto viene del modo en el que nos desarrollamos. Por eso, es hora de revolucionar nuestro modelo de producción y consumo y dar el paso hacia una economía circular, para que esta nueva era en la que vivimos y en la que vamos a seguir viviendo en el futuro, no sea más "la era en la que el ser humano destruye el Planeta", sino la era en la que el ser humano aprende a desarrollarse ayudando a que el Planeta pueda seguir desarrollándose.
Todo lo que sucede en este nuevo mundo está relacionado, un pequeño cambio puede provocar un cambio mayor y desencadenar una auténtica revolución. Igual que se inició una revolución industrial hace siglos, propiciada por unos cambios aparentemente insignificantes, ahora el mundo está en otro proceso de cambio, en el que, si jugamos bien nuestras cartas, podemos contribuir a que mejore, podemos ser nosotros esos agentes del cambio. El mundo ha cambiado, por lo que nuestro modelo necesita cambiar también. Así pues, ¡vayamos a por esa nueva revolución!
Esta entrada ha sido también publicada en la revista RETEMA.
Esta entrada ha sido también publicada en la revista RETEMA.
Comentarios
Publicar un comentario