Economía circular. Un modelo para la era post coronavirus.


El 2020 pasará a los anales de la Historia como el año en el que el mundo entero se paralizó a causa de la pandemia del Coronavirus SARS-CoV-2 o COVID -19. Para los que vivimos en los países occidentales, las pandemias parecían ser algo propio de tiempos pasados o de lujares lejanos, creíamos tener una especie de inmunidad- o, quizás, de superioridad-, que nos hacía creernos invencibles ante cualquier amenaza de esta índole.

No obstante, lo cierto es que el mundo-, o, mejor dicho, aquellos quienes lo gobiernan, sí que contemplaba la posibilidad, aunque de manera remota, de que algo así sucediese. Crisis sanitarias anteriores, y no precisamente pocas, como las del Ébola, la Gripe A, la Gripe Aviar, el SARS, el MERS o el Zika, que incluso consiguieron penetrar en los “invencibles” países desarrollados, nos estaban mandando avisos, y cuenta de ello daban informes, estrategias o análisis que se elaboraron en todo el mundo por parte de organismos tanto nacionales como internacionales. Así, por ejemplo, en el Informe de Davos del Foro Económico Mundial, en su edición del 2007, se planteaba un escenario ficticio en el que un virus que, precisamente, se originaba en Asia y había sido transmitido a humanos a través de animales, se detectaba en enero de 2008 y, para el mes siguiente ya se había expandido por varios países de la región e incluso había alcanzado lugares como Alemania o Australia. Durante ese febrero, el virus había propiciado importantes caídas en el precio del petróleo y los bancos centrales se veían obligado a inyectar liquidez en las economías. Para el mes de noviembre esta enfermedad desconocida ya se había cobrado un millón de vidas y había cercenado el comercio mundial.[1]

Los paralelismos con la situación actual, además de dar pie a algunos a teorías de la conspiración, lo que confirman es que un escenario como el actual era perfectamente posible y podría suceder en cualquier momento. Confirmación que fue también corroborada por diversas Estrategias de Seguridad Nacionales como las de EE.UU bajo el mandato de Bush de 2006[2], y los mandatos de Obama de 2010[3] y 2015[4], que alertaban de que el Sistema de Salud de EE.UU, no estaba preparado para una potencial pandemia, de la necesidad de colaborar con China para hacer frente a una posible epidemia, o de la rapidez con la que una enfermedad contagiosa originada en una parte del mundo podría ocasionar una crisis sanitaria internacional y provocar importantes alteraciones en los viajes y el comercio; la del Reino Unido[5], auspiciado por el Gobierno de David Cameron, que incluía una “crisis sanitaria a gran escala en humanos” como una de las amenazas de mayor impacto y probabilidad; o, incluso, la propia Estrategia de Seguridad Nacional de España de 2017[6], durante la Presidencia de Mariano Rajoy, que identificaba la posibilidad del surgimiento de estos brotes como una amenaza a vigilar en la región de Asia-Pacífico, además de advertir de la necesidad de desarrollar programas de prevención para minimizar el impacto de una hipotética pandemia y de contar con un plan específico ante riesgos biológicos.

Con todo ello, lo que podemos afirmar es que lo sucedido este año no tiene su origen en ninguna teoría de la conspiración o en un plan de las élites y los gobiernos para controlar a la población, lo que evidencia es algo más simple y, a la vez, alarmante: esta situación era previsible, teníamos la información suficiente como para saber que, tarde o temprano, una pandemia de estas características estallaría en la misma región del mundo en la que se ha originado el nuevo coronavirus y acabaría afectando al comercio internacional y a los sistemas sanitarios de todo el mundo, incluyendo a los más avanzados.

La conclusión que podemos obtener es que se sabía que esto iba ocurrir y que no se hizo absolutamente nada para evitarla o para minimizar los riesgos que se esperaban y que finalmente se han materializado. Las epidemias y pandemias de los años anteriores eran el preludio de lo que estaba por suceder, y tendrían que haber hecho reaccionar a los Gobiernos de todo el mundo. Si esto no se hizo fue, posiblemente, porque las sociedades, en general, no reaccionan hasta que no se tienen que enfrentar con el problema y, quizás, el coste político de adoptar medidas para frenar una amenaza que no se sentía como tal por parte de la sociedad y que, al fin y al cabo, tampoco era posible predecir con total precisión el momento en el que sucedería, no ha querido ser asumido por ningún Gobierno. A esto hay que sumarle los estragos de la crisis económica que estalló en el 2008, que tampoco daban mucho margen a los Gobiernos para centrar los esfuerzos en otra cuestión que no fuese la de sacar a flote la economía mundial, luchar contra el desempleo, y evitar el aumento de las desigualdades. La prioridad para cualquier Gobierno era la de hacerle frente a retos reales y cuyas consecuencias eran fácilmente perceptibles para los ciudadanos de sus países.

Es posible que esta situación pueda ayudarnos a comprender que existen amenazas más allá de las que pudieran parecer a simple vista y que, incluso, el hecho de que una amenaza no se manifieste de manera evidente e inmediata, supone una amenaza mayor en sí mismo. En este caso, el riesgo era muy real y muy posible, y las causas y consecuencias más o menos predecibles, pero al no tener una fecha, al no visualizar el problema en cuestión y siendo, al fin y al cabo, una posibilidad y no una realidad, el mundo estaba en alerta, pero no ha sabido cómo prepararse ni reaccionar. En un mundo tan cambiante como el del siglo XXI, en el que disponemos de los medios y la información para prever futuros problemas, no podemos permitirnos ir a rebufo de las circunstancias y no actuar ante aquellos retos que sabemos que, en un determinado momento, van a provocar serios problemas. Debemos llevar la delantera y ser previsores.

Existe la posibilidad de que las amenazas que se ciernen sobre nuestro mundo no lleguen a materializarse nunca, pero también el riesgo de que finalmente lo hagan y nos expongan a los peligros, esperados y no esperados, que se derivan de ellas. La diferencia entre estar o no preparados para hacerles frente es que, si al final nada de lo esperado ocurre, podemos continuar desarrollándonos igual hayamos o no adoptado las precauciones necesarias; pero, si por el contrario, se terminan haciendo realidad, estar preparados significa minimizar los impactos y conseguir una recuperación más rápida, no estarlo implica lastrar nuestro futuro y perder un valioso tiempo buscando algunas de las soluciones que ya podríamos haber desarrollado tiempo atrás.
Por ejemplo, es imposible que se hubiera descubierto una vacuna contra el nuevo coronavirus antes de que este surgiese, porque era imposible predecir exactamente qué tipo de enfermedad sería la responsable de la pandemia, pero sí se podrían haber desarrollado protocolos comunes de actuación con respecto al tráfico aéreo o al cierre de fronteras, para evitar la propagación tan rápida del virus, que podría haber permitido una propagación menor del virus y, por tanto, no haber tenido que prolongar las medidas tan drásticas para la economía durante tanto tiempo. Tampoco habría sido fácil prever que las residencias de ancianos iban a convertirse en una trampa mortal y un foco de propagación de la nueva pandemia, pero se podría haber hecho acopio de material sanitario para evitar un desabastecimiento generalizado de equipos básicos de protección para los profesionales que están en primera línea de batalla. Como se suele decir, a toro pasado, es muy fácil hablar, pero lo cierto es que, aunque evitar lo desconocido es imposible, anticiparse a unos acontecimientos sobre los que se tiene bastante certeza que van a ocurrir, siempre va a facilitar las cosas a la hora de enfrentarte a ellos.

Por eso, esta crisis del coronavirus puede ser la oportunidad definitiva que necesitamos para cambiar y adelantarnos a lo que sabemos, con cierta certeza, que está por venir. Al igual que sabíamos que una enfermedad iba a acabar causando una crisis sanitaria y económica a nivel mundial, también sabemos que la población crece a un ritmo tan acelerado que los recursos de que disponemos no van a ser suficientes para abastecer a toda la población mundial si seguimos produciendo y consumiendo de la manera en la que lo hacemos. Sabemos que nuestro modelo de desarrollo económico actual, a largo, medio o, quizás, corto plazo, no va a ser capaz de responder a los retos medioambientales y demográficos del futuro; y sabemos también que la cantidad de desechos que producimos es tal, que nos estamos quedando sin espacio donde depositarlos, lo que nos está generando serios problemas medioambientales y de salud pública. No sabemos con exactitud cuándo, ni cuál de todos los problemas será el primero en estallar, ni tampoco el alcance real de todos estos retos, pero sabemos que va a ocurrir y que, si no nos preparamos, las consecuencias van a ser mucho peores.
Por ello, necesitamos empezar a prepararnos y a planificar alternativas y soluciones y, con sus dudas, fallas y límites, hoy por hoy disponemos de un modelo que puede plantearnos una vía para, si bien no evitará que todo esto ocurra, al menos nos puede de las herramientas necesarias para combatirlos y reducir el impacto negativo que pueda derivarse de todas estas realidades previsibles. Ese modelo, es la economía circular.

Llevamos recibiendo señales desde hace décadas, la presión demográfica es cada vez mayor, especialmente en las ciudades, que son cada día más numerosas; el acceso a ciertos recursos naturales esenciales para la vida, como el agua, se está empezando a resentir; el aumento de las temperaturas, sea cual sea su causa, está provocando desplazamientos migratorios y agravando la crisis de abastecimiento. Al igual que las Estrategias de Seguridad de los Gobiernos y los Informes de los Organismos Internacionales contemplaban el riesgo de que una pandemia como la actual se produjese, también están alertando de los riesgos que plantea nuestro actual modelo de desarrollo de cara al futuro.

Por ello, si somos conscientes de los peligros, ¿por qué no actuamos? Aunque aún quede camino por recorrer, en la actualidad disponemos de mecanismos que nos permiten optimizar el uso de los recursos al máximo, de reducir los desechos en cantidades considerables, y de minimizar las emisiones de gases contaminantes y devolverlos a niveles óptimos. Además, con el desarrollo de las nuevas tecnologías y los nuevos procesos industriales, también es previsible que muchos puestos de trabajo se pierdan, por lo que se necesitará reconvertir y adaptar el mercado laboral a una realidad que ya está empezando a surgir. La economía circular nos permite diversificar nuestra economía, reducir (puede que, incluso, en un futuro, eliminar definitivamente) los residuos; optimizar los recursos; disminuir los niveles de contaminación del aire, el suelo y los océanos; preparar a las mega ciudades del siglo XXI ante los retos de desarrollo y abastecimiento a los que se van a tener que enfrentar; fomentar el desarrollo económico rural y local…

Puede que, además, la crisis económica que se va a derivar de la actual pandemia sea el momento perfecto y el revulsivo que necesitamos para iniciar la transición hacia un nuevo modelo de desarrollo. Los índices de desempleo están aumentando a niveles alarmantes. La excesiva deslocalización de las empresas ha demostrado que, ante amenazas como una pandemia, un conflicto armado o de cualquier otra índole similar que provoque el cierre de fronteras, expone a una crisis de suministro a aquellos países donde no producen esos bienes. El exceso de urbanización y la alta concentración de personas en reducidos espacios, ha hecho que una enfermedad se propague a una velocidad increíble, y tampoco ha demostrado en las últimas décadas acoger y ofrecer oportunidades laborales a todas las personas que migran a estas grandes ciudades…

La crisis económica que nace a causa del Covid-19 nos exige adaptarnos para sobrevivir. Se habla estos días de “nueva normalidad” y se especula sobre la posibilidad de sufrir una nueva ola (o varias) a partir de otoño, se están haciendo cálculos para cuantificar las pérdidas económicas sufridas, a las que pueden aumentarse las que se derivarían de un posible repunte. La economía mundial está, en estos momentos, supeditada a la evolución del virus, tras estar durante varios meses prácticamente paralizada, ahora se está reactivando tímidamente, pero con la incertidumbre de cara a lo que pueda pasar dentro de unos meses, cuando podría volver a paralizarse otra vez. De toda crisis surge una oportunidad, y, además, está claro que, cualquiera que sea la dirección que se tome, este podría ser el impulso para repensar nuestro modelo de producción y consumo, porque es evidente que se van a tener que plantear y debatir nuevas medidas para poder, en vistas incluso de un futuro inmediato, hacer frente a los desafíos a los que nos ha expuesto esta nueva pandemia.

Vivimos en un mundo tremendamente interconectado y globalizado, y eso no lo va a cambiar el virus, pero probablemente sea la hora de preguntarnos qué modelo de Globalización queremos y cuáles son los límites que debemos poner. En eso, la economía circular abre una puerta interesante, porque precisamente parte de su ca se basa en lo que se ha venido a llamar como “Glocalismo” o “Glocalización”, que no es sino “pensar globalmente y actuar localmente”, esto es que, aunque sigan existiendo multinacionales, organizaciones, o compañías transnacionales que actúen en todo el mundo, se adapten a las peculiaridades de cada entorno específico cuando actúen allí. El sistema económico y político mundial lleva años cuestionándose, y el surgimiento de figuras como los llamados “hombres fuertes[7] (Trump, Putin, Bolsonaro, Orbán, Duterte, Erdogan o Modi, entre otros), se esté o no de acuerdo con ellos, es una buena prueba de ello, y es posible que en los próximos años veamos como surgen más alrededor del Globo. La economía circular puede adaptar este modelo de Globalización actual y favorecer un mundo global en el que haya un colchón que amortigüe los problemas que genera esta actual gran interdependencia entre unos actores y otros.

La crisis del coronavirus ha expuesto algunas de las vergüenzas, de las fallas de nuestro sistema, lo que nos obliga a preguntarnos qué debemos hacer para mejorarlo y prepararnos de cara a un futuro plagado de amenazas. Pero también nos brinda la oportunidad de, precisamente, iniciar el camino hacia la transición definitiva a un modelo de desarrollo más resiliente y sostenible. No se puede pretender combatir un reto totalmente nuevo, aplicando las mismas antiguas metodologías. Creo que el modelo económico circular nos puede ayudar a diversificar la economía y el mercado laboral, pues muchos de los puestos de trabajo que se han perdido durante estas décadas, y que se seguirán perdiendo en las venideras, no van a volver, la incursión de las nuevas tecnologías, entre otros muchos factores, ha convertido labores tradicionales en obsoletas, pero que desaparezcan puestos de trabajo en ciertos sectores no significa que se tenga que perder empleo, puesto que surgen nuevos puestos trabajo, nuevas formas de emprender, nuevos sectores y nuevas oportunidades.

La economía circular se abre paso entre estas nuevas oportunidades, y así, si en nuestro modelo productivo lineal la premisa es la de “extraer-usar-tirar”, en la economía circular es la de “rediseñar-reutilizar-reciclar-reducir-reparar-renovar-recuperar”. Esto significa que, mientras que en el modelo lineal un gran número de materias primas se transforman en un único producto que llegado un momento acaba siendo desechado e inutilizado, en un modelo circular, un gran número de materias primas se transforman en un gran número de productos que pueden ser devueltos a los ciclos de producción para volver a ser transformados en innumerables nuevos productos. Por lógica, un modelo que permite un mayor número de usos, también genera un mayor número de oportunidades. Con más recursos, más bienes y servicios pueden ser ofrecidos, y cuantos más surjan, más puestos de trabajo se tendrán que crear para cubrir las nuevas necesidades.

Se avecina una crisis económica que algunos consideran sin precedentes. Se avecinan también tiempos, más o menos lejanos, en los que nos tendremos que enfrentar a los importantes retos medioambientales, demográficos y de abastecimiento anunciados, si queremos enfrentarnos a ellos y si no queremos que nos vuelvan a pillar desprevenidos, tenemos que actuar, y, quizás, la economía circular sea el modelo que necesitamos para salir de la era post coronavirus, y esta crisis, la oportunidad para impulsar el cambio.



[1] World Economic Forum. (2007). Global Risks 2007 A Global Risk Network Report (pp. 14-15). Disponible en: http://www3.weforum.org/docs/WEF_Global_Risks_Report_2007.pdf
[2] The White House. (2006). The National Security Strategy of de United States of America. March 2006. Disponible en: https://history.defense.gov/Portals/70/Documents/nss/nss2006.pdf?ver=2014-06-25-121325-543
[3] The White House. (2010). National Security Strategy of de United States of America. May 2010. Disponible en: https://obamawhitehouse.archives.gov/sites/default/files/rss_viewer/national_security_strategy.pdf
[4] The White House. (2015). National Security Strategy of de United States of America. February 2015.Disponible en: https://obamawhitehouse.archives.gov/sites/default/files/docs/2015_national_security_strategy_2.pdf
[5] HM Government. (2015). National Security Strategy and Strategic Defence and Security Review 2015 A Secure and Prosperous United Kingdom. Disponible en: https://assets.publishing.service.gov.uk/government/uploads/system/uploads/attachment_data/file/555607/2015_Strategic_Defence_and_Security_Review.pdf
[6] Departamento de Seguridad Nacional. Presidencia del Gobierno. (2017). Estrategia de Seguridad Nacional de España 2017. Disponible en: https://www.dsn.gob.es/sites/dsn/files/Estrategia_de_Seguridad_Nacional_ESN%20Final.pdf
[7] Los llamados hombres fuertes (o strongmen), son aquellos gobernantes que ejercen cierto grado de autoritarismo, y defensores del proteccionismo, que han llegado al poder o cuentan con grandes apoyos de buena parte de la población por, entre una de las principales razones, el descontento generalizado y el temor que existe, en sus respectivas sociedades, de que el actual sistema globalizado ponga en peligro su cultura o su economía. Cuestión que, aunque mucho más compleja, en cierto modo entraña parte de verdad. Para saber más: Maroño, A. (2019). La era del hombre fuerte en la política. El Orden Mundial. Disponible en: https://elordenmundial.com/el-regreso-del-hombre-fuerte-a-la-politica/

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