La custodia del territorio y la economía circular
Al
médico austríaco Konrad Lorenz (1903-1989), considerado como uno de los padres
de la etología, se le atribuye la frase: "la
primera condición del paisaje es su capacidad de decir casi todo sin una sola
palabra".
Estoy seguro de que cuando Lorenz pronunció
esa frase, se estaba imaginando un idílico y hermoso paisaje que fuese capaz de
dejar sin habla a cualquiera que lo contemplase, de manera que fuese el propio
paisaje el que hablase por sí mismo, a través de las emociones y sentimientos
que provocase en aquel que lo contemplase.
Sin duda, esta frase resulta tremendamente
evocadora, y cualquiera de nosotros, en algún momento de nuestra vida, nos
hemos sumergido en un paisaje que ha sido capaz de provocarnos esas reacciones.
No obstante, si analizamos esta frase desde un punto de vista más literal y
menos evocador, podemos aseverar que, además de tansmitir una idea bastante
sugerente e, incluso, romántica, es totalmente cierta. A través de la mera
contemplación de nuestro entorno, podemos percibir la realidad y sacar toda una
serie de conclusiones sin necesidad de que nadie verbalice una sola palabra.
Instintivamente, cuando oímos la palabra
“paisaje”, la mayoría de nosotros, automáticamente, la relacionamos con un
entorno bucólico y armonioso en el que evadirse, sin embargo, el término
“paisaje”, tal y como define la propia Real Academia Española, no solo se
refiere a este tipo de lugares, sino que también se define como la “parte de un territorio que puede ser observada
desde un determinado lugar”. Por tanto, un paisaje no tiene porqué
parecerse, en absoluto, a ninguno de esos lugares paradisíacos que retenemos en
nuestra memoria después de haberlos contemplado, un paisaje puede ser urbano,
puede ser industrial, o puede que sea un entorno natural cuya apariencia no
sea, en absoluto, agradable a la vista de muchos ojos. Fuera cual fuese el tipo
de paisaje que estuviéramos observando, agradable o desagradable a nuestra
vista, la frase de Lorenz sigue teniendo igual vigencia.
Imaginemos que estamos observando tres
paisajes diferentes desde lo alto de una colina, todos ellos poco similares a
los típicos paisajes en los que pensaríamos si cerrásemos los ojos: El primero
de ellos, es un complejo industrial situado en torno a una ría, con grandes
chimeneas desprendiendo humo constantemente, con fábricas viejas, oscuras y
poco luminosas que vierten sustancias contaminantes al agua por averías varias,
y con un trasiego constante de vehículos que, a falta de espacio, estacionan en
las pocas zonas verdes que quedan en el entorno; otro paisaje, sería el de una
vasta explotación agrícola en una zona tremendamente árida y seca, en la que
grandes aspersores que recogen el agua de pozos, acuíferos y los raquíticos
riachuelos que pasan por la zona, para regar los cultivos y así poder salvar la
producción, y en la que, a pocos kilómetros encontramos una serie de
instalaciones que, por falta de infraestructura, depositan todos sus desechos
en un vertedero improvisado en el que ya se han acumulado grandes cantidades de
materiales de todo tipo; por último, nos encontramos sobre una zona costera y
estamos observando una playa, a simple vista, parece un lugar bonito, pero si
observamos detenidamente, podemos ver bolsas y botellas de plástico flotando en
el mar, residuos de colillas, comida, latas, etc. depositados en la arena, así
como una arboleda cercana donde, en lugar de robustos árboles, se ven árboles
enfermos, defoliados, poco cuidados y que crecen sobre un montón de maleza seca
que podría arder en cualquier momento.
Ninguno de esos paisajes, con toda seguridad,
se parecen a los lugares en los que querríamos perdernos una temporada, sin
embargo, comparten una característica con aquellos: solo con observarlos,
podemos entender varias cosas, son igualmente capaces de decírnoslo casi todo,
sin hablarnos nada. En este caso, lo que esos paisajes tienen que decirnos es
algo muy distinto y, probablemente, basta con imaginárselos o con
contemplarlos, para darnos cuenta que es lo que nos quieren decir. Estoy seguro
de que cualquier individuo que se situase en lo alto de alguna de esas colinas
y observase cualquiera de esos paisajes, inmediatamente, además de percibir una
sensación desagradable, se daría cuenta de que no deberían ser así.
De esta forma, con la mera observación de
estos paisajes, podríamos sacar dos conclusiones: la primera, que el territorio
que ocupan no está siendo bien gestionado; la segunda, que la forma en la que
producimos y consumimos nuestros bienes, está afectando negativamente a nuestro
entorno. Una de las soluciones más efectivas al primer problema, es la Custodia
del Territorio, para el segundo problema, es la Economía Circular la que entra
en juego y, si entendemos, como entenderíamos con solo observar el paisaje, que
ambos problemas van de la mano, inequívocamente, deberíamos afirmar que ambas
soluciones deben irlo también.
La custodia del territorio, por una parte, “es un conjunto de estrategias e instrumentos
que pretenden implicar a los propietarios y usuarios del territorio en la
conservación y el buen uso de los valores y los recursos naturales, culturales
y paisajísticos. Para conseguirlo, promueve acuerdos y mecanismos de
colaboración continua entre propietarios, entidades de custodia y otros agentes
públicos y privados” (Basora Roca, X. y Sabaté i Rotés, X. 2006). La
economía circular, por su parte, es un nuevo modelo de producción y consumo que
pretende transformar el modelo lineal de tomar/producir-usar-tirar, por uno
donde todos los procesos de fabricación y consumo generen un ciclo en el que se
eliminen los residuos y los bienes y materiales empleados en la fabricación de
unos productos puedan ser indefinidamente empleados en la fabricación de otros
productos, o devueltos a la naturaleza aquellos que sean naturales o
biodegradables.
Tanto en la custodia del territorio como en la
economía circular, la implicación de propietarios y consumidores/usuarios
privados es esencial, al margen del papel que, en ambos casos, las entidades
públicas juegan, son los entes privados y las personas físicas las que, en
calidad de propietarios o usuarios de un terreno, prestadores o usuarios de un
servicio y productores o consumidores de un bien, ya sea por sí mismos o por
medio de sus asociaciones o fundaciones, deciden tomar medidas para utilizar,
producir, usar o consumir de manera más eficiente y más sostenible sus
terrenos, productos, servicios o bienes. Lo que esto significa es que, en ambos
casos, es la sociedad en su conjunto la que toma parte activa en estos procesos
y promueve y facilita que se produzca un cambio en la mentalidad y en la forma
de proceder al desarrollo de las actividades que generan esos impactos
negativos sobre el paisaje y sobre el medio ambiente.
Pero, más allá de ello, ¿qué tienen ambas
figuras en común y por qué las relaciono? Bien, partamos de la base de que
cualquier propietario de un terreno, sea de la naturaleza que sea (urbano,
agrícola, forestal, industrial, etc.) desea obtener un beneficio y una
rentabilidad del mismo, y, además, recordemos que, en España (de manera similar
a lo que ocurre en Europa), la mayor parte de la propiedad del suelo está en
manos privadas (como ejemplo, se ha calculado que más de 2/3 de la superficie
forestal en España pertenecen a propietarios privados, según el Informe: “Situación de los Bosques y del sector forestal
en España (2010)”). Consideremos, de igual manera, que las formas más
comunes en las que se obtienen estos beneficios son, o bien utilizando estos
terrenos para explotarlos económicamente de muy diversas maneras, a través del
desarrollo de actividades económicas, o bien arrendándolos o vendiéndolos a
terceros para que sean estos los exploten y realicen en ellos las actividades
económicas.
De este modo, el terreno es el espacio físico
donde estas actividades económicas van a desarrollarse, mientras que de estas
actividades económicas van a surgir posteriormente los bienes y servicios que
se van a ofrecer a consumidores y usuarios. No se puede separar la tierra, de
la producción que, directa o indirectamente, gracias a ella se obtiene; así,
por ejemplo, volviendo a uno de nuestros paisajes imaginarios, al de la
explotación agrícola en un terreno árido donde el agua se sobreexplota y los
residuos se vierten en una escombrera en pleno campo, podemos afirmar que, la
manera en la que se produce la actividad económica (supongamos que se trata de
la producción de frutas) en la finca genera una situación insostenible, en
tanto que se necesitan grandes cantidades de agua que, por carestía de la
misma, necesita ser extraída de pozos y acuíferos subterráneos, que constituyen
las últimas reservas de agua dulce en la zona para otros animales, plantas e,
incluso, para el consumo humano, y, además, debido al ritmo al que se produce y
a la falta de espacio en ese terreno, se genera una gran cantidad de residuos
que son depositados en un entorno natural cercano, contaminando el suelo y
afectando negativamente al paisaje. Está claro que el sistema de producción que
se sigue en la finca es lineal, donde grandes cantidades de agua son
malgastadas, para producir toneladas de frutas, utilizando maquinaria,
instrumentos y otros elementos que, una vez se quedan obsoletos o resultan
inservibles, son tirados a un vertedero para no volver a ser usados jamás, así
como también se emplean grandes cantidades de químicos que, no solo reducen la
calidad de las frutas sino que, además, contaminan el entorno e imposibilitan
que otros productos puedan volver a la tierra de forma natural. La actividad
económica tiene un impacto negativo en el terreno en el que se realiza, pero
podemos observar que en ese mismo terreno tampoco existe ninguna gestión que
ofrezca soluciones para gestionar mejor el uso de los recursos.
Las cuestiones que nos deberíamos plantear
ahora serían: ¿producimos de manera insostenible porque no gestionamos bien
nuestro territorio?, o, ¿gestionamos mal nuestro territorio porque nuestra
forma de producir es insostenible? Evidentemente, sin unas buenas medidas de
gestión del territorio, resulta muy difícil emplear los recursos de una manera
más eficiente, pero es igual de obvio que, por mucho que se gestione mejor el
territorio, si se quiere producir de manera insostenible, esa gestión y esos
objetivos difícilmente van a poder llevarse a término. Es, en este punto, en el
cual la custodia del territorio no puede entenderse sin la economía circular,
ni la economía circular, sin la custodia del territorio. Los propietarios de
los terrenos necesitan llegar a acuerdos en donde se comprometan a adoptar
medidas que salvaguarden los valores naturales y paisajísticos de sus
propiedades, de la misma manera que los agentes económicos que se lucren
produciendo en esos terrenos, sean o no sus propietarios, deben comprometerse a
aplicar modelos de producción que sean compatibles con esas medidas. De
este modo, las dos son imprescindibles para alcanzar los objetivos que ambas
persiguen.
Una de las premisas de la economía circular
(y, que, en realidad, es tan lógico que debería serlo de cualquier modelo
económico) es que todas aquellas materias primas que utiliza el ser humano para
desarrollar sus actividades económicas, desde la producción de bienes, hasta la
prestación de servicios, proceden, directamente de la naturaleza. Con
independencia de que hayan sido transformadas a través de procesos
industriales, el origen último de cualquier componente o material proviene
directamente de un elemento natural que no puede ser creado por el hombre.
Dicho de otra forma: los recursos naturales son tanto el origen como el límite
de nuestro desarrollo. Por eso mismo, la economía circular busca su
inspiración en la naturaleza y se fundamenta en la idea de emular los ciclos
biológicos de los seres vivos, en los que toda materia prima que es empleada
por una especia, es totalmente aprovechada por otra(s), sin que se genere
ningún tipo de residuo, para conseguir un ciclo similar a escala industrial y
productiva. Para poder imitar y aprender de estos ciclos biológicos, así como
para asegurar el abastecimiento de los recursos naturales, es necesario
cuidar y preservar la naturaleza.
El término “custodia” proviene del latín
“custodia/custodiae”; que se traduce como guardar,
conservar, respetar o cuidar. La custodia del territorio engloba una serie
de actuaciones y estrategias que tienen como finalidad emprender una serie de
acciones para preservar y conservar el patrimonio natural. Esta custodia, se
materializa a través de Entidades y Redes de Custodia del Territorio que,
normalmente, son instituciones público-privadas que aglutinan a propietarios,
usuarios, administraciones y agentes sociales y económicos que, poniendo medios
y conocimientos en común, desarrollan planes de actuación para conseguir, en
aquellos lugares donde operan, un territorio que sea capaz de conservar sus
valores ambientales y paisajísticos, potenciando el desarrollo de actividades
humanas y económicas que sean compatibles con esa gestión y que generen
beneficios de toda clase (económicos, medioambientales, sociales, lucrativos).
Gracias a la custodia, al cuidado del territorio, podemos encontrar
instrumentos técnicos, financiación e información que nos permitan gestionar y
ordenar mejor el entorno físico que nos rodea, gracias a la economía circular,
podemos aplicar nuevos sistemas y métodos que nos permitan aumentar la empleabilidad,
trazabilidad y uso de las materias primas, de manera que se puedan abaratar y
optimizar, gracias a una gestión más eficiente, tanto los procesos de
fabricación, como los propios productos.
Al implicar a todos los sectores de la
sociedad, tanto la custodia del territorio, como la economía circular, pueden
revolucionar la idea de la conservación de la naturaleza, por un lado, como los
propios procesos de producción y los hábitos de consumo, por el otro. Hasta
ahora, en general, tanto una como otra cuestión había sido dirigida y
monopolizada por las Administraciones Públicas, quienes han estado imponiendo
una serie de normas que, si bien con buenas intenciones en favor de la
conservación y la búsqueda de una economía más sostenible, generalmente relegaban
a los propietarios y a los operadores económicos en un segundo plano, puesto
que su única implicación era para cumplir dichas normas o someterse a una
sanción. Actualmente, gracias al desarrollo de ambas figuras, propietarios,
usuarios, consumidores y usuarios no solo tienen una implicación mayor, sino
que son los protagonistas. Las Administraciones Públicas deben seguir
fomentando, por supuesto, normas y políticas que faciliten la conservación y el
desarrollo de una economía más sostenible, e incluso participar activamente
como partes directas del proceso, pero de nada sirven sus políticas si se deja
al margen a los habitantes y propietarios del territorio, a los productores y
consumidores de bienes, y a los prestadores y usuarios de servicios, pues son
ellos los que obtienen los beneficios o las pérdidas económicas, los que
desarrollan todas sus actividades en un determinado territorio, los que deciden
qué, cómo y cuándo deciden utilizar, adquirir o producir.
La custodia del territorio y la economía
circular demuestran a todos estos operadores que adoptar medidas de gestión,
producción y consumo más sostenible, no solo les priva del desarrollo económico
y del disfrute del territorio, sino que lo potencian; un sistema en el que la
Administración actúe como una gran legisladora que premia o sanciona según sus
“súbditos” se porten bien o mal, corre el riesgo de acabar encontrándose (como
está empezando a ocurrir) con que estos se le rebelen y decidan dejar de
tomarla en serio, optando por opciones políticas que les permitan volver a
desarrollar actividades poco sostenibles sin temor a ser sancionados o
reprehendidos, aun cuando, a la larga, son perjudiciales para ellos mismos y
para el entorno en el que vivimos todos. Allí donde la Administración no llega,
no debe intentar llegar a base de, exclusivamente, su potestad sancionadora,
sino que debe dejar que los entes privados, los particulares y los ciudadanos
tomen partido; y, tanto la custodia del territorio, como la economía circular,
han nacido gracias al empeño y el trabajo de estos últimos, que han conseguido,
sin renunciar a desarrollar actividades económicas, aumentar sus beneficios y
conseguir adoptar posturas más sostenibles en la gestión de sus propiedades y
sus actividades.
Si a todos nos dieran a elegir entre un
paisaje evocador e idílico, ambientalmente saludable, en el que los seres
humanos convivan en armonía con el entorno, y un paisaje poco cuidado, donde no
existe la armonía y en el que vertidos y basura inundan los espacios naturales,
sin ninguna duda, todos elegiríamos el primero. Por otra parte, si a todos nos
dieran a elegir entre fabricar/adquirir un producto más barato y más duradero
en el que podamos utilizar todos sus componentes para sucesivos procesos
productivos, y fabricar/adquirir otro producto de calidad superior, elaborado
con materiales cada vez más caros y no reutilizables, que se quedase obsoleto a
los pocos años, todos elegiríamos igualmente el primero. Tenemos capacidad de
elección y, también, capacidad suficiente para aplicar esos instrumentos que
nos posibilitasen alcanzar los objetivos de esas decisiones.
La custodia del territorio debe conseguir que
seamos capaces de gestionar mejor el lugar donde vivimos y nos desarrollamos,
restaurando y protegiendo los valores ambientales, naturales y paisajísticos
que nos rodean. La economía circular debe conseguir que las actividades
económicas que desarrollemos en ese territorio, sean capaces de contribuir a su
mejor gestión y, no solo a evitar su degradación, sino a impulsar su conservación,
por ello, a la hora de llevar a cabo un acuerdo de custodia, debe tenerse muy
presente el desarrollo de actividades económicas inspiradas en el modelo
circular, así como todas estas actividades de economía circular que se realicen
en cualquier parte, deben demostrar que son compatibles con la salvaguarda del
entorno y deben ser capaces de animar a más productores a proteger y conservar
el territorio en el cual desarrollan sus operaciones económicas, de manera que,
con ello, están salvaguardando, no solo su propio entorno, sino su fuente de
desarrollo económico.
La custodia del territorio y la economía
circular son dos instrumentos que deben andar mano a mano por la misma senda, y
que lo hagan depende, en gran medida, de las decisiones que nosotros mismos
decidamos tomar, ¿estamos listos para ello?
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